Era una final histórica. Desde 1938 que un británico no llegaba al último encuentro del Gran Slam de Londres: Wimbledon. 74 años tuvieron que esperar los locales para volver a ver a uno de los suyos disputando la final en la Catedral del Tenis, gracias a que el escocés Andy Murray logró instalarse en dicha instancia. Pero del otro lado estaba Roger Federer.
Fue un partido para romper con las estadísticas del deporte blanco. Por un lado estaba probablemente el mejor tenista de todos los tiempos, quien de ganar recuperaría el número 1 de la ATP e igualaría a Peter Sampras en cantidad de semanas ocupando el mejor lugar de todos; en la otra vereda estaba Murray, quien quería conseguir que un británico volviera a levantar la copa que desde 1936 se le ha negado. Pero finalmente el rey del tenis fue más y se quedó con la victoria en un partido impresionante.